Las caricias del abuelo

«No, no. No es “Las pastillas del abuelo”. Ése es el nombre de una banda de rock. Acá se trata de otro tipo de banda. El post se llama “Las caricias del abuelo”» (El Autor)

Historia bizarra en fondo y figura. Cuadro I

Se habían quedado solos. El joven fraile, fiel secretario, le tenía heroicamente la vela al viejo abad que continuaba mirando la televisión. Eran horas de la noche en que la gente normal suele dormir. Y también los religiosos normales. Pero, por supuesto, esto ocurrió en Transylvania –es decir: jamás ocurrió–.

                De repente, el clásico «me siento mal»… Y, cuando el frailecico se acercó para socorrerlo, el sorpresivo inicio de la tentativa de manoseo… que el pobre muchachito tiempo después, bajo la presión del ambiente externo y de su historia personal, espléndido ejemplo del Síndrome de Estocolmo, calificó como «caricias» y… propias de un «abuelo». [* Tarea para el hogar: Revisar los conceptos de «caricia» y de «abuelo. Defina y distinga]. El frailecico explicaría, tiempo después: «Nooo, no pasó nada. Estaba un poco pasado de copas. Nada más. Es como si en tu casa, tu papá tomase un poco de más y empezase a tocar a tu hermana». [** Tarea para el hogar: revisar los conceptos de «papá», de «tocar» y de «hermana». Defina y distinga].

Historia bizarra en fondo y figura. Cuadro II

                Fray Bocconi había sido enviado desde Transylvania para arreglar un poco los líos que se estaban armando en el gallinero. No había sido suficiente la voz melosa del payaso Gambi, quien, al contrario, con su intervención desafortunada creó más alboroto. Así que, seguro conocedor de las reglas del ilustre navarro, Bocconi iba con los tapones de punta, como debe hacerse con las gallinas: a las minas hay que mostrarles rostro. ¡Juíra bíchoooo! Así nomás.

                Y así fue que, ante el gallinero reunido en asamblea, Bocconi pasó a incinerar, con firmeza y calculada exactitud, a quien él creyera causa de toda la tragedia. Desde ya, con afirmaciones y sin pruebas, valiéndose de su ascendiente y crecida fama en el gallinero, procuró desmontar acusaciones. Obviamente, lo hacía contando sólo una parte del asunto y no negando –¡por supuesto, nosotros jamás mentimos!– sino simplemente omitiendo la presencia de otros casos –de los cuales los eternos están perfectamente al tanto, y las eternas, entre lagrimillas y sollozos, saben… pero no saben–.

                En fin, las cándidas gallinas, sometidas a tan certero y seguro adoctrinamiento, se quedaron con lo siguiente: el problema se reduce a una acusación infundada lanzada por una persona excesivamente sensible que necesita asistencia especial, agrandada por un exfrayle de reconocido malespíritu-desobediencia-juiciopropio que con grave imprudencia osó escribir a la Gerencia Universal –mientras que todo se podía arreglar conversando ad intra, en casa, entre cuatro paredes [* Nota de SD: Para una clara comprensión de lo que este concepto comporta, nos permitimos remitir a la entrada «La Hermandad», que aborda el tema del cajoneo sistemático]– y que además osó involucrar a otro presunto damnificado el cual ya mucho tiempo antes había aclarado que nunca pasó nada, sino que simplemente eran cosas de abuelo. Por tales desmanes, exageraciones, imprudencias y escándalos, Transylvania estaba apurando cargos contra semejante engendro –nos referimos al exfrayle, por supuesto, no al abuelo, el cual es, por definición, irreprochable–.

                Por supuesto, hecho el debido esclarecimiento (?), el speech prosiguió con la exhortación a no defeccionar, porque, como siempre, y como corresponde, «nos persiguen». Especialmente persiguen al santo abuelo, el cual es víctima inocente e irreprochable, juzgado sin juicio, condenado sin condena, recluido sin reclusión…

Fr. Felipe Marama